De lujo a necesidad: la historia del jabón
En la vida hay pocas cosas tan comunes y útiles como el jabón, fiel acompañante nuestro desde la más tierna infancia. Con los siglos, este antiguo producto ha dejado de ser un lujo para convertirse en una necesidad.
Cabe señalar que un químico del
siglo XIX afirmó que el consumo de jabón era un indicador confiable de
los niveles de riqueza y civilización de un país. En la actualidad se
considera imprescindible para la higiene y la salud. ¿Cómo llegó a
formar parte integral de nuestro diario vivir?
De artesanía a industria
Por siglos, el álcali del jabón
se obtuvo de las cenizas de ciertas plantas, entre ellas algas marinas.
En España, por ejemplo, se quemaban plantas barrilleras, de las que se
obtenía una ceniza alcalina, la barrilla, que mezclada con aceite de
oliva del país daba como resultado un fino y blanco producto: el jabón
de Castilla.
Durante el siglo XVIII aumentó la demanda de otro álcali, la potasa, para la manufactura de jabón, vidrio y pólvora.
Alrededor del año 1790, Nicolas Leblanc, cirujano y químico francés,
ideó un proceso para obtener un álcali de la sal común. Más adelante,
otros químicos lograron producir sosa o soda cáustica (también alcalina)
a partir de la salmuera. Tales descubrimientos facilitaron la
fabricación industrial del jabón.
Fabricación moderna
Para la producción en masa,
originalmente se hervían las materias primas en enormes calderas, ante
la atenta mirada de un experto. Por la forma como resbalaba el jabón al
removerlo a mano con una paleta precalentada, él determinaba si había
que añadir algún ingrediente o alterar de algún modo el proceso.
Actualmente, la producción
consta de tres pasos principales. El primero es la saponificación,
mediante la cual se provoca la reacción de varios aceites o grasas con
álcali y se obtiene jabón puro y glicerol en una mezcla con un 30% de
agua. Aunque todavía se recurra a veces a la caldera, la saponificación
se realiza en las fábricas más modernas con sistemas informatizados.
El segundo paso es el secado —efectuado con calor, al vacío y por
aspersión—, con el cual se forman bolitas que contienen tan solo un 12%
de agua. El paso final es el acabado, durante el cual se mezclan las
bolitas con perfumes, colorantes y otros aditivos que aportan al jabón
su aroma y demás características distintivas. Las barras resultantes
pasan por un proceso de extrusión y troquelado, que les confiere la
forma deseada. Para atender las demandas de los consumidores actuales,
ha sido necesario fabricar jabones de tocador con mayor variedad de
fragancias frutales y extractos de hierbas, que convierten su uso en una
experiencia “natural” y vigorizante.
Fuente: http://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/102005564
Fuente: http://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/102005564
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